sábado, 23 de mayo de 2009

Ebullición

Bar, dieciséis horas y contando. Esperaba mientras tenía como tambor a la mesa y el reloj seguía regurgitando números de su agujero negro. Repentinamente tu figura se hizo carne. Saludaste, te sentaste, de inmediato aparece el mozo. Los pedidos se van con él y junto a ellos mi espera. Pero tus movimientos eran demasiado ambiguos como para que yo descifrara lo que me ibas a decir. Y tus manos que jugaban con tus llaves, monedas, papelitos y todo lo que estuviera a tu alcance para no enfrentar a mis “porqués” que intentaban saltar de mi boca, en un acto casi suicida.
Uno, dos, tres… respiro. Retomé mi postura, sujetándome fuertemente a la silla y comencé con un improvisado discurso sobre la moral. Sentí como te estremecías por dentro cuando empecé a cuestionarte; había pequeñas cosas, que adoraba, ahora me daban un ataque de nervios. Pero te mantuviste firme, ni el más potente huracán de palabras podría debilitarte. Fui testigo de la bendita y más bella tensión que se colaba entre los huesos como la lluvia que se desataba sobre nuestras cabezas.
Sonó la campana: Desfile de tazas y platos para vos; yo con una sola taza de café. Sonrisa instantánea al ver nuestra historia plasmada en comida. Tu melodrama de sabores y yo con la hervida pero cruda verdad. Segundo round: era tu turno comenzar. Te abriste paso por mis muros con tu serie de promesas vanas. Tu sonrisa se desplegaba de placer al tiempo que mis labios se dejaban salar por mis lágrimas. Lástima que yo no era la misma, y vos tampoco. Varios sorbos cortos, mi mirada deja de tener agua. Mi interior no. Fluye, caliente, a punto de ebullición.
Fue todo una mentira, mentira mentirosa. Una mentira bien mentira. Violentamente acalorado se hizo mi pensar. Una mentira bien colocada entre los huecos de mi cerebro para desorientar mis sentidos. Lo sabías y no decías palabra.
El hermosísimo empuje de la cólera creció en mí como un tempestuoso virus, imposible de detener. Imposible de detenerme. Ya era demasiado tarde. La taza se deslizó brutalmente de mis manos y terminó en tus pupilas bañadas por el haz de luz café.

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