domingo, 30 de agosto de 2009

El desierto estomacal.

"todos ven lo que aparentas; pocos advierten lo que eres" Maquiavelo

Este no va a ser un inmundo recuerdo, de esos que quedan plantados en nuestras cabezas por las historietas que nos cuentan a veces. Este momento se volverá en algo vívido, aferrado a la piel, al igual que una cicatriz. Este momento se vuelve verdad ante la mentira aviesa que me afronta. Y no es mentira que surge de mezclar tus palabras con las mías, es una mentira que voy acarreando con mi cuerpo, todos los días. Una mentira tan mentirosa conmigo misma, cuando me veo reflejada en un cuerpo que no me pertenece, que se distorsiona ante la convulsión de mis ojos.
Y todo comienza con una inocente porción, tan minúscula que ni un átomo podría saciar su hambre. Luego se va acrecentando, golpeando con firmeza, la ácida necesidad de atestar a un pequeño saco que se repliega ante los aromas. Y esta lucha interna sucumbe ante el ganador, que fue pronunciado de antemano. El ganador que desea con toda su ser, aplastar mis intentos precarios de no desequilibrarme. Entonces se siente, luego de varios platos y cubiertos desahuciados, el inmenso vacío que me comprime.
Me obligo a darle un descanso a la esponja y los platos para lograr mi verdadero objetivo. El tiempo justo cuando Dr. Jekyll quiere esconder a su Mr. Hyde debajo de la alfombra. En mi caso, termino yo apreciando desinteresadamente el sonido, casi un ritmo estrepitoso que se hunde en las muescas de mis orejas. Mientras se encuentra caminando ávidamente por los caracoles de mis oídos, siento cómo se funde el placer de controlarme.
Ahí es donde pongo mi mejor cara, como si quisiera ganar una partida de truco con 3 cuatros. Lo detesto tanto, y sin embargo lo disfruto. Disfruto el hecho de que son tan maleables estos centímetros de piel elástica y que se hayan vuelto siervos ante una reina sin corona.
Aunque esto no es lo que quería decir, podrás darte cuenta cuándo empieza mi hostil persona y dónde termina mi mente cansada de discutir consigo misma. Es por esto que tengo que pedir algo que es tan bajo y tan vergonzoso pedir: ayuda. Te exijo a que me empujes hacia arriba, que te estires y me alcances todo lo que tenés para dar, porque lo prometiste. Yo lo recuerdo, los recuerdos son tantos, que a veces es irresistible no volver a caer. Pero quiero mantenerme firme en mi ideal, por eso preciso de tu aliento para que no se vuelva una convicción vaga y soñadora.
No porque me incita el hecho de encerrarme en tus manos, sino que simplemente creo que la última pieza del rompecabezas de mi cabeza se arma con tu nombre. Sabiendo que podría odiar tus intenciones para lograr que me calme, jugamos a no ver más allá y eso es perfecto, porque no habrá futuro sin un presente previo. Pero en tanto y en cuanto las reglas se hayan pautado, jamás me adelantaré de los casilleros en los que me marcás, siempre vamos al unísono como dos manos estrechándose sin llegar a fundirse en una sola. Porque si lo hiciera no quisiera que el arrepentimiento nos haga poner de rodillas.

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